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lunes, 10 de mayo de 2010

Corazón fatigado. Cap. 4. VINO Y ROSAS.

Los vecinos, inicialmente, pensaban que me había tocado una Primitiva o que me habrían seleccionado para ir de público al "Sálvame de Luxe". La Rosario sabía en realidad cual era el motivo. Se alegró mucho por mí.

- Chumoski, no sabes cuánto me alegro por tí. De verdad.
- Gracias Rosario. Y tú sabes que siempre me tienes ahí para lo que quieras, eh.
- ¿Para todo? – me dijo con una mueca de pesambre.
- Mujer, para todo para todo, ahora va a ser que no, porque tú sabes que soy hombre fiel que se viste por los pieses.

Eran los días más felices de mi vida. Mariajo trabajaba en el Carreful y tenía a cargo en el almacén a un grupo de negros del Mozandique. Todos la querían mucho porque era muy buena trabajadora y muy cariñosa. Aceptó venirse a vivir conmigo y convirtió mi vida en un paraiso permanente. Me hacía huevos con beicon los Sábados por la mañana y callos con garbanzos los Domingos, ensaladilla rusa sin judías verdes y, encima, como yo, era una apasionada del gazpacho (100% natural y con tropezones y picatostes) y de la crema catalana; también de las papas fritas con all i oli. Vírgen del Cármen, ¿acaso merezco tanta suerte?. Yo por mi parte jamás dejé unos gallumbos o unos calcetines usados abandonados en algún rincón de la casa, y es que les enseñé el camino hacia la lavadora (fui muy estricto en este punto y no acepté “caritas”). Si ya de por sí siempre me he apañado muy bien solito, ahora, entre los dos todo era mucho más fácil. Más fácil y más placentero, pues nunca faltaban los tocamientos. Nos amábamos a todas horas. Allá dónde nos encontráramos, como nos diera el apretón, ya se liaba el asunto; en los probadores del Corte Inglés, en los lavabos de un Bar, en la última fila del cine, en los asientos de atrás del autobús, en el rellano de la escalera, en la sección de frutería del Condis, en fín, cosas de enamorados. Qué maravilla de hembra. Recuerdo en una ocasión que la chiquilla puso tanto empeño que al día siguiente me dolian las rodillas; rechinaban como cuando los cojinetes se quedan sin aceite. Me dijo el especialista de los huesos que comiera mucha pasta y muchos hidratos de carbono. Y es que la Mariajo era tremenda. Además, como siempre iba sin bragas (que esa es otra) y yo siempre estaba dispuesto pues nos entendíamos muy bien. Nunca se las ponía porque decía que le molestaban y que le gustaba ir con el negocio suelto. Al final le copié la idea, pero por pocos días porque cuando me rozaba con los tejanos en seguida se me ponía morcillona y se notaba mucho. Estábamos hechos el uno para el otro menos en lo de la ropa interior, por lo visto, pero a mí me daba igual. Mi amor hacia ella era puro y sincero y cada vez que veía ese potorrín mohicano el mundo como tal desaparecía a mi alrededor. Era como una escena de esas de película en las que los efectos especiales te cambian el decorado en tiempo real, vale. La cubría a todas horas. Siempre que teníamos ocasión. Mañana, tarde, noche, bodas, bautizos y comuniones. Mi voluntad estaba a su merced. Mi vida entera. De sus ojos, de sus caderas, de sus migas con torreznos, de su raja de canela.

Le regalé flores por Primavera. Le compré el DVD original de "Pasión de Gavilanes" por su cumpleaños. La llevé a la playa de Badalona. A comernos un arrocito a Castellón (que tuvimos que parar en el camino, en el párking de un área de servicio, porque las necesidades sexuales del cuerpo humano son así; además que mejor eso que no estrellarnos y que con el golpe me pegue un mordisco mal dado y me quede con una salchichita de esas de canapé). Fuimos al Tibidabo. Qué gracioso el hotel ese del terror. Nos apartamos del pasillo y de la gente (que estaba toda acojonada) y, aprovechando la coyuntura, quisimos arrejuntar los aparatos. La niña del exorcista que se queda con la copla y que dice que se apunta. Pero vamos a ver, dónde vas con esa cara y esas trazas. Que no, que es maquillaje. Anda, va, tira a asustar a la gente que me vas a quitar el calentón, haz el favor. Que no, que no, que tengo 10 minutos, que me apunto. Que tires, coño, que haces cara de gastroenteritis. Menuda risera, sabes. Y la cosa es que tampoco vi que la Mariajo hiciera ascos, eh. Si es que ya te digo yo que era una fenómena. No podía considerarme más dichoso. Era imposible. Era como el gol de Koeman en Wembley pero multiplicado por el tipo de interés fijo del Banco Santander.

Un día fuimos a comprar al Eroski.
Estaba yo barruntando qué envasado de chorizo echar a la cesta, si el imperial de Revilla o uno picante de pueblo, sin marca. Estaba a punto de decidirme por este último, porque el de Revilla tenía demasiados pegotes de grasa y el otro más carne, cuando me dijo, sin más:

- Cari, hace dos semanas que tendría que haberme bajado el tomate.

Me giré con los dos envasados al vacío de chorizo, uno en cada mano, y le contesté, absorto en mis pensamientos gastronómicos:

- ¿Tomate? Cual tomate, ¿Orlando o Apis?

TO BE CONTINUED.

Corazón fatigado. Cap. 3. REENCUENTRO.

Era ella. Lo supe incluso antes de meterme el cubito de hielo en la boca (una costumbre que tengo). Le vi la raya de los ojos a la altura de sus preciosas orejas antes que el resto de su bendito rostro. Reconocí esa raya. La reconocería entre miles y miles de maquillajes Margaret Astor. Y luego esos aros julajops a modo de pendientes. Y sus labios (los de la boca, digo). Sus ojos azules, hipnóticos, con esas pestañas como abanicos. SU COLA DE CABALLO. Miré al cielo, reconvertido en aquel momento en un techo masivamente decorado con focos de luz y paneles luminosos, y di las gracias, en silencio, a la Vírgen del Carmen. Acto seguido, volví a dedicarle toda mi atención; mi vida entera. Llevaba unas mallas negras muy ajustadas y una camiseta escotada hasta límites más allá de la dimensión desconocida. Sonreía. Me sonreía, a mí. Solo a mí. Y yo, con la mirada perdida en las profundidades de su canalillo, temblaba como un corderito. Temblaba de amor. Pasaban los segundos y no era capaz de articular palabra. Eso no era un canalillo, era el Canal de Suez, el Estrecho de Gibraltar separando dos continentes. Cuando quise hacerlo olvidé que tenía el cubito de hielo en la boca y le escupí un poco en la pechera. Ella dio un respingo y yo le pedí disculpas. De nuevo gotas frías volvieron a caer en sus pechos, con su correspondiente respingo por el cambio brusco de temperatura. Maldiciendo mi estupidez giré la cabeza y finalmente escupí el cubito sin pensar.

- Digo que..., que..., que disculpa - con el ademán tiré el vaso de tubo en la barra. Gracias a Dios ya estaba vacío. Los cubitos restantes se desparramaron sin ton ni son a lo largo de la misma.
- Eres el de la Isla Fantasía, ¿verdad?.

Ay, que se acuerda, ay, ay, ay, ay...

- Soy quién tu quieres que sea, reina mora, divina entre las divinas, corazón mío. Soy tu siervo, tu vasallo, tu mueble del Ikea más preciado, tu sartén favorita para las tortillas, esa que nunca se pega. Soy el sol por tu ventana, tu día de playa perfecto, tu mejor bikini, el cuscurro de la barra de pan, soy tu rebanada de Nocilla, tu trago frío de Coca-cola después de media bolsa de pipas saladas...

Soltó una carcajada que me hizo sentir indeciso y voluble. Se estaba riendo de mí. Eres un torpe, Chumoski. Eres tonto.

- ¿Todo eso eres? - me dijo con una dulzura que casi me provoca diabetes.

Una gran mano, fuerte y poderosa me sacó del aturdimiento. Me giré. Un monstruo calvo y enorme me mostraba en la otra mano un cubito de hielo.

- Perdone, caballero. ¿Esto es suyo?

En mi desconcierto acudí a ella para excusarme por la interrupción del gran Pablito pero ya no estaba. Solo quedaba su fragancia en el aire. Oh, no. Por favor, no.

- Le digo si esto es suyo.
- Eeeeemmm...., sí, bueno, no... - le dije reculando.
- Me has escupido el cubito de hielo en la cabeza.
- Y yo que lo siento mucho. Me parta un rayo si miento.
- ¿Quieres tragártelo? - el tío insistía. Una quinqui detrás suyo asistía a la escena con cara de orgullo, pero no le di tiempo para ver los créditos finales.

Con una rapidez inusual y una agilidad de movimientos producto de largos entrenamientos en Jeet Kune Do, me zafé de su manaza y, aprovechando que los focos se apagaron para dar paso a los minutos de música lenta, me escabullí hacia la pista de baile y me perdí entre las parejas que se daban un descanso rítmico y aprovechaban la ocasión para frotarse un poco y besarse y eso entre pausadas y romántica melodías.

En la otra punta de la pista, Merche, el ser primigenio, asomaba el cuello. Me buscaba. Estaba atrapado. El calvo también entró en la pista. Finalmente me vio detrás de dos tortolitos que se estaban metiendo mano y, justo cuando iba a darme alcance unas manos suaves me rodearon, me giraron y se enlazaron en mi cuello con ternura.

- Hola, campeón. ¿Bailas?.

El calvo al final, gracias a Dios, al verme en brazos de esa diosa, decidió por el motivo que sea olvidar el agravio. Por lo visto, en el fondo tenía buen corazón. La cogí por la cintura sin apartar la vista de sus ojos. Junco cantaba "hola, mi amor".

- ¿Por qué te fuiste?
- Me estaba haciendo pipi.

Su forma de pronunciar "pipi" fue la espoleta necesaria. La besé y se dejó besar. Primero tímidamente. Al minuto nuestros hocicos eran una vorágine carnal incontrolable y mi erección un grito al amor. Nuestras lenguas, un lazo doble como el que se hace cuando los cordones de las bambas son demasiado largos. Sus pechos, de punta. Mis manos, en su culo.

Aquella noche volvió a caerme una lágrima furtiva. Pero esta vez, de felicidad. Gracias a la penumbra de la pista de baile, en esos momentos, de nuevo nadie reparó en ello. Nadie salvo ella.

- ¿Por qué lloras?
- Me aprietan mucho los tejanos.

Me echó mano al paquete y me susurró al oido:

- Eso tiene solución.

Se llamaba María José. Pero según ella todo el mundo le decía Mariajo.
Cuando Merche me localizó y se vino directa a por "su hombre", le paró los pies con un "dónde crees que vas, zorra". El ser primigenio, sorprendida por la brusquedad inesperada, frenó, congestionó su cara, dio media vuelta y nunca más la volví a ver.

Además era una hembra de carácter. No podía pedir más.

TO BE CONTINUED.

Corazón fatigado. Cap. 2. DISCOTHEQUE.

La busqué con la mirada en cada cola de caballo que veía por las aceras de la ciudad. Una vez incluso me metí en una Iglesia tras de la que creía que era mi Cleopetra. Estaba a rebosar (la Iglesia). Pensé que igual se trataba de algún concierto del Padre Jony porque eso no era normal la gente que había allí metida, así que me acoplé en la última fila y esperé con expectación. Resultó tratarse de un bodorrio de alto copete y tuve que soportar un sermón de una hora y media y a una anciana que se echó una buena cabezada sobre mi hombro derecho, pero hice acopio de fuerzas solo para volverla a ver. Mi decepción fue mayúscula cuando, a la salida del enlace, y entre millones de kilos de granos de arroz comprobé, desolado por completo, que no era ella. Por si fuera poco, uno de los granitos me entró en el ojo y tuve que acudir al especialista.

- No llore usted, Paco. Piense que ha tenido usted muchísima suerte - me dijo el doctor -. Si llega a ser un grano de arroz bomba quizá hubiera perdido el ojo.

Era una herida superficial (la del ojo, claro), así que por prestidigitación médica tuve que andar con un parche hasta bien entrado el Otoño.

- Mira, mira, ahí va el piratón del Paco.
- ¿Te pego una patá en los huevos, Jose Luís?
- Coño, Chumi, que era una broma.

Le pedí disculpas y prometió animarme el Sábado noche. Se había echado un rollete y, según él, dicho rollete tenía una prima con unas tetas muy agresivas (palabras suyas, cuidao). Acepté finalmente a regañadientes porque la situación se había vuelto insostenible y estaba perdiendo la cabeza, de día y de noche, pensando en la hembra del bikini atigrado. Total, que llegado el momento, me alicaté de arriba a abajo y me dirigí a la puerta de la discoteca en cuestión. Camiseta negra Imperio Armani, Levi's desgastaos, Panama Jack de color beige, patillas perfectamente afiladas y mosca, pelo engominado, y olor a macho, a Is San Lorán pur hom; en fín, niquelado, dentro de lo que hasta donde uno puede llegar, eh.

En la puerta estaban el Joselu y las dos chicas y, mientras me acercaba a ellos, iba procesando de modo exhaustivo la información que estaba recibiendo visualmente.

INFORME DE SITUACIÓN:

- Chica buenorra de estupendas tetas (como las de mi amor). Se la ve fajada en lides amatorias, pero quizá noble en el juego del amor. Bonita sonrisa si no fuera por la mella del incisivo superior derecho. = rollete de Jose Luís.

- Chica achaparrada con exceso de peso, descomunal saturación de pectorales y más fea que un Seat Panda visto desde abajo. Busca a Jacq's. Y deduzco, por su excesiva salivación y lo insolente de su mirada, que con desesperación. = ¿rollete de Paco?. (NO-ME-JODAS)

- Solución = sal corriendo en dirección contraria.

- Alternativas = te han visto. Pasa de hacer el ganso y no salgas corriendo.

- Conclusión = me cago en la vida del Joselu y me cago en la mierda esta de las citas a ciegas.

FÍN DEL INFORME.


“Chumoski, esta es Silvia. Hola, Silvia, encantado, a tus pies. Hola, Joselu, cómo estás (recuérdame luego que te parta las piernas, porfa). Y esta es Merche. Hola, Merche.” Miré de reojo al Jose Luís y bueno..., que sí, que vale, que la muchacha tenía dos ubres como dos catedrales, cierto, impepinable, pero oye, de verdad, que yo ya sé que soy de belleza desinteresada (por decirlo finamente, eh) y que está muy mal juzgar a las personas humanas por su aspecto, pero es que, por el amor de dios, era más fea que el primo del Tirilla, que cuando nació lo echaron al aire para ver si volaba como un murciégalo, joder. Por si fuera poco encima era una tía sobas y demasiado atrevida para mi gusto. De esas que a los 30 segundos se comportan como si te conocieran de toda la vida y..., y te tocan, invaden tu intimidad, sabes. Verás tú cómo esto no me lo hace Jelen Lindes, no, ya veras como no; pero una criatura primigenia como esta sí, hostie. Pues eso, que a los 30 segundos la tenía colgada de mi brazo, mirándome de modo muy lascivo.

- Vamos para dentro, Conan, que estás muy bueno.

Lo que yo te diga. Entremos pues, antes de que alguien del barrio me vea con esto, piense que estoy en peligro, y venga con unas estacas o una escopeta de cartuchos rellenos de cojinetes de plata. Joselu, te parto las piernas y se las doy de comer a los perros. Me muera si miento.

Tras dejar algunas pertenencias en el guardarropía hice ademán de soltarme de ella, pero me tenía bien agarrado y no dejaba de frotarse.

- Eh, eh, eh.... ¿a dónde vas, Tarzán? ¿No querrás dejarme solita con tanto lobo suelto, verdad?
- Al servicio. A poner un estanque para los peces, chata. Ahora vengo.
- No tardes mucho. Yo te espero en la puerta. Aunque si quieres me cuelo contigo dentro – me dijo haciéndome un habilidoso juego de lengua, con sonido y todo.
- Eeeeemmm...., no, no hace falta, gracias, de verdad....
- No te gustaría que... - insistió de nuevo en enseñarme la lengua y moverla como si fuera una bicha*.
- No, no, muchas gracias, en serio. Tranquila, si ahora voy yo. Tú ve tirando si eso que no tardo nada. Anda ve, va, no seas tonta que esto es un plis.

Me fui para la barra más lejana, con los sudores, mirando por encima del hombro y me pedí un Absolut con limón. “Gracias, guapa, quédate el cambio que eres muy simpática”, le dije a la camarera. A mi vera una chica sonrió. No sé si por el comentario o porque de un trago dejé el vaso de tubo con cuatro rocas y un culillo de cubata. Yo es que soy así cuando me pongo nervioso. Me giré para encararla en condiciones.

TO BE CONTINUED.


*Bicha: culebra, serpiente, ofidio. (genericus)

Corazón fatigado. Cap.1. FLECHAZO.

La vi por primera vez en el Parque Acuático ISLA FANTASÍA en Vilassar de Mar. Hacía unos días que había vuelto de pasar muchos sudores en la provincia de Jaén y habíamos quedado los amiguetes y un servidor para refrescarnos los bajos y echar unas risas contándoles de las costumbres y tradiciones que tienen los lagartos y lagartijas allí, en aquellos extensos campos de olivos, y de cómo les ganaba al Remigio en interminables timbas que se extendían hasta la madrugada, con la fresca, entre quejas y palabras malsonantes, pues es de todos conocido que los lagartos tienen muy mal perder.

Ella estaba haciendo cola para tirarse por un tubogán azul muy alto, de varias plantas, un supertubogán, y yo, nada más verla, me enchispé locamente y solo pensé en cubrirla. Llevaba un bikini con estampado de tigresa por el que rebosaba la generosidad y la abundancia de sus pechos. Una larga cola de caballo le caía por la espalda hasta la conclusilla del culo; un culo grande y hermoso, fantástico, por cuya raja, separación de esas dos aglomeraciones marmóreas, se perdía la tira del tanga hacía los abismos insondables de su ojete. Dos aros como dos julajops adornaban su rostro, con la raya de los ojos bien perfilada y larga como a mí me gusta. Era una diosa. Era mi Cleopetra, entiéndeme lo que te digo.

- Oiga, usted, ¿a dónde va?.
- Disculpe, señora, es que he visto a una amiga.

Que si vaya cara, que si a la cola, que si patatín que si patatán. Total, que con señoras así es mejor no discutirse porque tienes las de perder. Están muy resabiadas y curtidas en este tipo de lides y es mejor dejarlo estar, sabes. Así que cogí y me fui para ella. Nada ni nadie podía pararme en ese momento. Finalmente subí todas las plantas del tubogán y con el resuello llegué a su altura entre abucheos del respetable. Y también algún insulto ("haz cola, desgraciao!!!" "hijoputa!!!" "a la Guardia Civil que vas!!"; en fín, lo de siempre).

- Reina mora, si tú quieres yo después te invito a un frankfurt, una Coca-cola y un cigarrito - le dije a su espalda con mi mejor tono de voz cautivador.

Me miró de refilón y soltó una risita. Acto seguido, sin hacerme ni puto caso, cogió y se tiró por el tubogán. Yo cogí y sin dudarlo me lancé detrás de ella para ver si una vez abajo, con el estrépito de la llegada y la confusión, caía cerca de ella y pillaba cacho, tú me entiendes lo que te digo. No pudo ser. Llegué a toda hostia y caí encima de una señora con un moño y muchas varices. Me levanté agitado y miré a mi alrededor escupiendo agua. Mi reina me miraba divertida, con sus amigas, de pie en el borde de la piscina, al lado de un Pablito de esos con un bañador rojo como Mich Buchanan y un silbato en la boca.

- Perdone usted, señora. Le pido disculpas. Es que esto alcanza unas velocidades demoníacas y me ha fallao el freno de mano, sabe usted.
- Ay, no te preocupes, guapo, que no pasa nada. Además, que del roce se hace el cariño, rey - me dijo sin apartar ojo de la tremenda erupción que pugnaba por salir bajo mis Billabong sin huevera. Es lo que tiene pensar en sexo sin haber desayunado en condiciones.

¿Quería encalomarme?

- Eres un chico muy mono, sabes. Mira, te perdono si me dices dónde están los lavabos. O mejor, si me acompañas y así no me pierdo - me dijo guiñándome un ojo.

Hostia puta, quería encalomarme.

- Mire usted, señora, que es que yo ahora mismo no tengo ni ganas de mear ni de hacer de cuerpo pero yo le digo en un momento dónde están. Mire, ¿usted ve dónde está el banderín de la caseta de los tickets de la entrada? ¿sí?, bueno, pues se me va para allá y se me sale del recinto. Una vez en la acera, me la sigue toda derechita unos 25 kilómetros todo para abajo, vale. No tiene pérdida.

Mich Buchanan me alentaba con el silbato a salir de la piscina porque estaba entorpeciendo el correcto funcionamiento de la atracción ("que ya voy, nen, que ya voy, tranquilito, hombre"), y mi Cleopetra había desaparecido sin dejar rastro con sus amigas. Así que, en un momento en el que la señora subía el pescuezo para distinguir el banderín, cogí y me escaqueé con sigilo al más puro estilo Solid Snake, camuflándome con el entorno.

Me alejé de la piscina buscándola con la mirada (a mi reina, digo, no a la señora pervertida, joder) pero fue inútil. Aquello era un infierno. Niños por aquí y por allá, corriendo y chillando. Marujas desbocadas. Garrulos en cuadrilla. La había perdido de visto en un auténtico campo de batalla. Una lágrima muy, muy grande cayó en el césped artificial. Pero en un Parque Acuático como aquel pasó desapercibida.

TO BE CONTINUED.

Corazón fatigado. PRÓLOGO.

- Chumoski, eres un encanto de hombre pero, no sé cómo decírtelo, aunque me río mucho contigo cada vez que nos vemos y desprendes siempre esa alegría allá por donde pisas, tus ojos, algo en tus ojos, denota tristeza -me dijo mientras con un dedo repeinaba un mechón rebelde desengominado por el vaivén del amor.
- Para ser putilla, con perdón de la expresión, eh - le remarqué -, hay que ver qué arte tienes para leer las cabezas, hija mía.
- Es que soy licenciada en Psicología.
- ¿Ves tú? Es lo que tiene irse de putas finas, que por el precio de un servicio te llevas dos para casa.
- Y bien, azucarito, ¿Me lo vas a contar?.
- Hombre, pues...

Le miré los pezones, erectos y desafiantes a mi paladar y, no sé si porque esa noche me había bajado la regla antes de tiempo o porque el whisky estaba caducado y me había hecho mal efecto, el caso es que empecé a hablar, a hablar y a hablar con una incontinencia nunca vista. Supongo que llevaba esperando ese momento, sin saberlo, desde hace tiempo. Supongo que estas cosas, tarde o temprano, hay que desecharlas, expulsarlas y tirar de la cadena. Yo mismo fui el primer sorprendido.

- ¿Tienes prisa? - le dije encendiéndome un Lucky.
- Ninguna, cariño. Eso sí, dame 5 minutos y cancelo todas las citas posteriores.
- ¿Muchas?.
- Oh, bueno, 6 o 7 servicios - me contestó alargando la mano hasta la mesita de noche para coger el móvil.
- Te haré perder dinero.
- No te preocupes, voy sobrada. Además, esto no me lo pierdo por nada del mundo. Creo que tú lo necesitas y yo estoy dispuesta a escucharte.
- ¿Por qué? ¿Por qué lo haces?
- Porque me caes bien.
- Pero uno de esos clientes podría ser un Richal Guer de la vida...
- Prefiero a Chals Bronson.
- Eres un cielo, Amparo. Un poco putilla, pero un cielo. Y encima, la Vírgen del Carmen te ha dado una cabecita primorosa.

Respiré profundo y rememoré una primera escena de la película que estaba a punto de desvelar. Era Verano, mes de Agosto, un día espléndido, soleado y de alta graduación. Ese día habíamos decidido ir al parque acuático llamado "La Isla Fantasía". Los chavales y yo. De excursión a pasar el día en las famosas instalaciones patrocinadas por Justo Molinero, TeleTaxi, Automóviles Conchita y Jamones Enrique Tomás, tú me entiendes lo que te digo, no. Bueno, pues...

- ..., oye, ¿tú estás segura de que quieres que continúe?.
- Sí.
- Bueno, pues deja de manosearme el cacharro que si no no puedo concentrarme.
- Perdone usted, Señor Delicado - me contestó riendo.

No había vuelta atrás.

- Bueno, como te iba diciendo... Oye, creo que voy a necesitar unas cervecillas para esto.
- No hay problema. Tengo la nevera llena. Están en su punto.
- ¿Es una broma, no?.
- No.

No iba a desperdiciar la ocasión. Necesitaba hacerlo y ahí tenía mi oportunidad, la cual, todo hay que decirlo, yo lo reconozco, no tenía ni idea de que existiera. La miré a los ojos, mu fijamente, y le dije:

- ¿También haces quinielas?
- Si me acuerdo, sí. Y nada de a boleo. 12 acerté hace un par de semanas.

Obvié hacer más comentarios sobre su persona. Me abrí una primera lata de San Miguel (Paco, adelante, sin miedo; solo es una cerveza; una nevera llena de cervezas, mejor dicho; una putilla que está buenísima en pelotas y hace quinielas, y una historia como cualquier otra). Y le relaté todo con puntos, comas, rotondas, cedas el paso y sin omitir un solo detalle. Todo, todo, todo.

TO BE CONTINUED.